sábado, 24 de mayo de 2008

Argentinadas

Al fondo

Viernes a la noche en el Barrio Las Cañitas, donde se concentran cien restaurantes en tres manzanas. Todo lleno. Vamos con Mariana a un bar de sushi “libre”, con el objetivo de comer sushi hasta reventar y saciar en parte nuestra adicción. Las mesas están todas ocupadas y nos informan que debemos esperar veinticinco-minutos-veinticinco. Como nuestro objetivo es muy claro y nadie ni nada lo debe interferir, aceptamos la tortura de la espera y dejamos nuestros nombres en una larga lista. Como fuimos preparadas para quebrar el lugar ( no comimos en todo el día), para no sufrir ni babear viendo pasar las bandejas cargadas de manjares crudos ( evitar el síndrome Seinfeld) decidimos ir a dar una vuelta por el barrio para distraernos de la agonía de la espera culinaria.
Salimos a caminar,lo que es un decir ya que el espíritu de rebaño del sábado a la noche domina el ambiente. Tenemos que esquivar grupos compactos de gente todos muy bien vestidos, flacos y, preferentemente rubios. Para cruzar la calle hay que esquivar una fila doble y quieta de autos. Hartas, decidimos ampliar el horizonte y recorremos las oscuras cuadras linderas a la zona culinaria.
Y de pronto....
En lo que es durante el día una verdulería de barrio, tal vez única sobreviviente local dentro del perímetro de oro, sale un impactante olor a asado. Al frente los de la verdulería han instalado tres coquetos barriles recortados. Un pasillo cuya última mano de pintura debió ser realizada en 1950 lleva hacia un patio al fondo, lleno de humedades, donde vemos un gordo sudoroso peleando con una tira de asado mientras varios comensales, bien vestidos, flacos y rubios, se lastran un choripan o una porción de vacío que en el menú, escrito en pizarrón, se ofrecen con un vino por módicos 10 pesos.
Digan que nuestro objetivo estaba fijado, y que el vicio era fuerte, que si no, le dábamos.